Buffon: Mamiferos. Cuadrumanos. Genero Orang o Satiro. 161 en Aragón.

Buffon: Mamiferos. Cuadrumanos. Genero Orang o Satiro. 161

Los tres Reinos de la Naturaleza Tomo 1

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Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de octubre de 2023 última revisión

del cuerpo del animal: la piel era generalmente color de pizarra, pero las orejas, el contorno de los ojos, el hocico, la parte interior de las manos y pies, las mamilas y una banda longitudinal sobre el lado derecho del vientre, eran de un color de carne cobrizo. El pelo de la cabeza, antebrazos y piernas, de un rojo más subido que el de las demás partes, y en la cabeza, la espalda y partes superiores de los brazos era mas espeso que en ninguna otra parte; en el vientre tenia poco y aun menos en la cara: el labio superior, la nariz, la palma de las manos y las plantas dé los pies, eran las únicas partes que estaban enteramente desnudas. Todo el pelo era lanudo y dé la misma naturaleza, y el de la cabeza, en general mas duro, se dirigía hacia adelante. La piel, y principalmente la de la cara, era áspera y bronca, y la de debajo del cuello tan colgante que parecía que el animal tenia una papera cuando estaba acostado sobre un lado.

Para descansar, se sentaba sobre las nalgas con las piernas encogidas por debajo á la manera de los orientales. Se echaba indistintamente sobre la espalda ó sobre los lados, encogiéndose de piernas, y cruzando los brazos sobre el pecho: entonces le gustaba estar tapado, y para ello tomaba todas las telas y ropa que estaban inmediatas.

Este animal empleaba sus manos como nosotros empleamos generalmente las nuestras, y se advertía, que no le faltaba mas que la esperienciá para hacer el uso que nosotros en un gran número de casos partitulares: él se servia de sus dedos para llevarse á la boca los alimentos, y á veces los agarraba con sus largos labios; y su modo de beber consistía en sorber el agua, sirviéndose de la elasticidad de ellos para formar un tubo.

Su olfato era cuidadosamente consultado para darle á conocer los alimentos con que aun no estaba familiarizado; y este sentido, eminentemente perfecto, no le engañaba nunca.

Comía indistintamente frutas, legumbres, huevos, leche, carne; le gustaba mucho el pan, el café y las naranjas, y una vez se bebió sin esperimentar malas resultas, la tinta de un tintero que le cayó á mano. No tenia orden alguno en sus comidas, y podía comer á todas las horas del día como los niños. Su vista era muy buena, así como su oido, y la música no producía la menor sensación en sus sentidos.

Para defenderse, este Orangután mordía y daba manotadas; pero no hacia esto mas que con los muchachos que mostraban alguna malignidad, mas bien por impaciencia que por cólera: en general era suave y afectuoso, y tenia necesidad de vivir en compañía. Gustaba de que le acariciasen, daba verdaderos besos, y parecía que esperimentaba un placer muy grande en chupar los dedos de las personas que se le acercaban; pero no se chupaba los suyos. Su grito era gutural y agudo; mas no lo usaba sino cuando deseaba vivamente alguna cosa. Entonces eran muy espresivas sus señas: sacudía la cabeza hacia adelante para mostrar su desaprobación, incomodándose si no le obedecían; cuándo estaba colérico gritaba muy recio revolcándose por el suelo, y entonces se le hinchaba singularmente el cuello.

Este Orang llegó á París á principios de marzo de 1808, y procedía de Borneo, donde le habían cogido de edad de tres meses. Las fatigas de la travesía y el frió que sufrió al pasar los Pirineos destruyeron su salud, y murió al cabo de cinco meses de habitar en Francia.

Este animal, muy diferente de aquellos cuya historía haremos luego, no habia tenido educación alguna particular, ni recibido otra influencia que la dé las circunstancias en que habia vivido. Nada debía á la costumbre; todas sus acciones eran independientes, y simplemente efecto de su voluntad. Vamos á esponer algunas.

La naturaleza ha concedido á los Orangutanes pocos medios de defensa. Después del Hombre, es acaso el animal que halla en su organizacion recursos mas débiles contra los peligros; pero nos lleva la ventaja de poder subirse á los árboles y huir de este modo de los enemigos á quienes no puede hacer frente. Bastarían estas solas consideraciones para hacer sospechar que la naturaleza ha dotado al Orangután de mucha circunspección. En efecto, la prudencia, de este animal se ha mostrado en todas sus acciones, y principalmente en las que se dirigían á libertarse de cualquier peligro. Aunque su vida tranquila y suave, mientras ha estado á mi vista, y la imposibilidad de someterle á pruebas rigorosas en el estado de debilidad en que se hallaba, no hán estorbado multiplicar mis observaciones en este género, con la ayuda de las hechas por Mr. Decaen durante la travesía de la isla de Francia á Europa, llegaremos á formar una idea bastante exacta de sus facultades intelectuales.

Durante los primeros dias de su embarque mostraba este Orangután mucha desconfianza de sus propios recursos, ó mas bien no pudiendo apreciar la causa de los balances, se exageraba los peligros. Nunca andaba sin tener fuertemente asidas con las manos muchas cuerdas ó cualquiera otra cosa sujeta al buque; constantemente se negó á subir á los mástiles, á pesar de las estilaciones de la gente de la tripulación, y no se vio impelido á hacerlo sino en fuerza del sentimiento que parece que la naturaleza ha llevado en esta especie á mas alto grado: el del cariño. Nuestro animal sentia constantemente sus efectos, y él debe seguramente conducir á los Orangutanes á vivir en sociedad y á defenderse mutuamente cuando los amenazan algunos peligros, como lo hacen la mayor parte de los otros animales que por su naturaleza tienen tendencia á vivir reunidos. Como quiera que sea, nuestro Orangután no tuvo valor de subir á los mástiles basta que vio en ellos á Mr. Decaen, su amo; le siguió, y desdé entonces subía solo siempre que le daba la gana: la feliz esperienciá que habia hecho le inspiró bastante confianza en sus propias fuerzas para después repetirlas.

Los medios que los Orangutanes emplean para defenderse son en general los comunes á todos los animales tímidos: la astucia y la prudencia; pero todo anuncia que los primeros tienen una fuerza de juicio de que carecen la mayor parle de los otros, y que le emplean oportunamente para alejar á los enemigos mas fuertes que ellos.

Como nuestro animal vivía en libertad, tenia costumbre en los dias buenos de irse á un jardín, donde encontraba un aire puro y los medios de esplayarse: entonces se subía á los árboles y se complacía en estarse sentado entre las ramas. Un dia que estaba así posado, se aparentó querer subir para cogerle; pero inmediatamente cogió las ramas de que se agarraba la persona y las sacudió con toda su fuerza, como si hubiera teñido la intención de espantarla. Cuando se desistia, dejaba de sacudir las ramas; pero volvía á hacerlo si se insistía, y acompañaba estos gestos con tantas señales de impaciencia ó temor, que su intención de alejar por el riesgo de una caída ó aun por una caída, al que amenazaba cogerle, fue evidente á todas las personas que en aquel momento estaban observándole. Esta esperiencia, que se repitió muchas veces, produjo siempre el mismo resultado. Con frecuencia se halló cansado de las muchas visitas que recibía: entonces se ocultaba enteramente con sus mantas, y no salía hasta que se retiraban los curiosos; pero jamás hizo esto cuando solamente estaba acompañado de personas que conocía

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