Naturaleza de Aragón > Los tres Reinos de la Naturaleza > Tomo 1
Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de junio de 2024 última revisión
Adquirirlos, y espira sin quejarse de aquel ingrato. Así tratan los afortunados á los miserables que se sacrifican por ellos; y la mas atroz injusticia es comunmente el premio de la sangre derramada defendiendo el Estado!
No tan solo inmola el Hombre los animales; también los desfigura, los mutila, los envilece: á los unos recorta las orejas ó la cola; á otros engorda para devorarlos en sus banquetes; impide el crecimiento de algunos; para que les sirvan de juguete, apetece las variedades, los individuos monstruosos; confundo las especies, y quiere extender su imperio hasta sobre los mas dulces sentimientos de la naturaleza, sobre los del amor. Así es como crea mulos por uniones adulterinas; y mezclando las razas de los Perros, de los Gatos, Conejos, Ovejas y Caballos, vemos multiplicarse hoy castas deformes.
Como nosotros esclavizamos á los animales meramente para nuestro provecho, no cultivamos de sus cualidades sino las que nos son útiles. Pero familiarizándonos con estos seres, era preciso que en cierta manera sé nos comunicase algo de su carácter. Esto se nota bien en los hombres que pasan la vida cerca de los animales, como, los boyeros, pastores, porqueros, palafreneros y cazadores, cuyos hábitos y costumbres se connaturalizan hasta cierto punto con los de aquellos, tomando hasta el olor de las especies que cuidan. Así el Hombre se hace torpe y pesado con el Buey; puerco y-glotón con el Cerdo; simple con los Carneros; valiente y hábil cazador con el Perro: por la misma razón el árabe es sobrio como su Camello; duro y brutal el tártaro como sus Caballos; y el lapon medroso como el Reno: el montañés participa do la ligereza de la Cabra; el africano es lascivo como el Moño; pausado y reflexivo el indio como el Elefante. Porque es preciso que nosotros nos acomodemos á la naturaleza de estos animales, cuando ellos no pueden modificarse según la muestra. Lo mismo sucede en la sociedad con el Perro, que tan delicado es educándole en el estrado, que tan feroz se hace en casa del carnicero, hundido en la choza del pobre, pordiosero cuando acompaña al ciego, desdeñoso y soberbio si pertenece al magnate: acostúmbrase al porte dé su amo; los vicios ó virtudes de este se imprimen hasta cierto punto en él.
Las principales señales de esclavitud en los Cuadrúpedos son las orejas caídas, la cabeza inclinada, la cola pendiente, pálidos los matices del pelo, flaco su cuerpo y como desfallecido: en tanto que el animal salvaje lleva la cabeza alta, la oreja recta, la cola levantada; sus colores son pronunciados y vivos, firme y atrevido el continente, ojo avizor, tendido el cuello.
El animal esclavizado aparece arrastrando tristemente la cadena que le ataren el estado de degradación á que le hemos reducido, viene á implorar humildemente la ayuda del Hombre, al que está ligado por su impotencia, y tal, vez la fidelidad de algunas especies no está fundada sino en la imposibilidad de subsistir ya en la independencia.
Cuanto mas inculto y solitario es un territorio, mas feroces son los cuadrúpedos que lo habitan, porque las presas son raras, y se disputan siempre con tenacidad por hambrientos concurrentes; de modo que, no pudiendo conseguir nada sino por la violencia y la rapiña, su carácter adquiere una aspereza atroz, una crueldad implacable, Al avistar á un viajero el Oso de los Alpes llama á sus compañeros con fuertes ahullidos, que repiten los ecos de los bosques; sus ojos lucen en la oscuridad; nuevo Cacó, trepa silencioso por medio de las rocas para depositar en su caverna los cadáveres de los hombres que logró matar: apenas los demás animales osan levantar la vista ante el monstruo salvaje de cabeza crespa, hocico espumoso y enormes ancas.
Por el contrario, las bestias que habitan en las llanuras y en los valles fértiles, como encuentran siempre fáciles y no disputados alimentos, no manifiestan el valor y la aspereza de los animales montaraces. Esta diferencia de carácter es también bastante notable entre los hombres; pues los pueblos de las montañas son mucho mas duros y vigorosos que las naciones voluptuosas y afeminadas de los llanos y valles, donde reina la abundancia con los placeres y el contento.
La reunión de los carnívoros en cuadrilla no se realiza sino para batallar ó para robar; pero los herbívoros se reúnen en sociedad para la seguridad y defensa propia. Todas las razas pacíficas se complacen reuniéndose: vénse frecuentemente ligeras tropas de Gacelas de esbelto talle brincando sóbrelas colinas de Idumea ó del Líbano, figurando a la madrugada, ninfas que juguetean entré los matorrales; mientras que el poderoso Hipopótamo reposa entre los espesos cañaverales de los rios, y los viejos Onagros, semejantes á los cenobitas del desierto, vienen á apaciguar la sed en la fuente, retirándose luego silenciosos á su roca solitaria. En las cordilleras las inquietas Vicuñas, de oido atento y vista distraída, viajan en manadas por las heladas cimas de aquellos montes, suministrando pesarosas su blanca ó rosada lana ó los desventurados descendientes de los Yucas. La mayor parte de los rumiantes viven reunidos en rebaños para defenderse mutuamente: cuando se ven atacados, tienen la precaución de colocar sus hijos en el centro del batallón, las hembras á la espalda, y los machos, reunidos en falange, marchan de frente presentando sus cuernos: de esta manera sostienen con vigor el choque del que los acomete. El mayor número de los frugívoros, tales como los Monos, Malcís y Lorís, caminan igualmente juntos en graneles tropas: así reunidos, despojan de frutos toda una comarca; estableciendo entre ellos, como hábiles merodeadores, un método para robar, y una disciplina de efectos seguros para asolar los huertos sin riesgo alguno. Colocan centinelas avanzadas, y formando una cadena, pasan los frutos de mano en mano á la menor señal de sus centinelas la tropa huye á los bosques ó montañas, llevándose cuanto pueden en las manos y en las bolsas de su rostro.
Estos Monos, raza maléfica, curiosa y lasciva, propenden á remedar las acciones de los demás animales, á ridiculizarlos: el Magote, siempre rechinando los dientes, gesticulando y haciendo muecas, se agacha y burla de los que pasan; el Tití, liando su larga cola á las ramas de los árboles, se mantiene colgado con la cabeza hacia, abajo, meciéndose en los bosques de América. El viajero oye á lo lejos los terribles gritos de los Monos voceadores ó Aiuatos, y el eco repite los acentos de esos Demóstenes salvajes. Cuando el viajero atraviesa los bosques de la zona tórrida, ordinariamente se ve asaltado por los Cercopítecos y Macacos, que le arrojan piedras y palos á la cabeza, tomando mil posturas estrañas y grotescas: los feroces Babuinos hacen gestos horribles, y sus hembras provocan lascivamente á los hombres; por lo que, celosos sus maridos, maltratan á golpes á tan feas y atrevidas prostitutas. Todas estas especies cuidan con esmero de sus hijos: los Macacos, al darles de mamar, los abrazan con ternura; y cuando la hembra huye rechinando los dientes á la aproximación del cazador, y trepa á las mas altas copas de los árboles, lleva el hijuelo agarrado á ella con mucha firmeza. Los Murciélagos, que voltean y silvan por el aire en la oscuridad de la noche, como espectros siniestros ó alados fantasmas, se retiran en invierno á tenebrosas cavernas; y suspendidos en sus bóvedas, pasan aletargados la estación al plácido viento de la primavera despiertan; y desplegan
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