Naturaleza de Aragón > Los tres Reinos de la Naturaleza > Tomo 1
Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de junio de 2024 última revisión
enteramente pitagórica de los herbívoros les constiye mas débiles y tímidos; y aun parece que el sabor de sus carnes y sus humores participan de la apacibilidad de su vida, al paso que la acritud de las de los carnívoros indican su ferocidad. Estas carnes son efectivamente muy desagradables al gusto; sus humores tan alcalinos que se hallan casi en principio de putrefacción; y sus escrementos muy fétidos, porque los alimentos de que usan se corrompen con facilidad. No así los alimentos vejetales, que forman en los herbívoros tan delicadas carnes, leche tan azucarada y agradable, y una sangre dulce: por eso toma el Hombre de estos pacíficos animales sus principales alimentos, y repugna las carnes de los animales feroces, á los que imitamos en vez de devorarlos. Así la destrucción se opera únicamente sobre las razas mas apacibles; las cuales, en vez de perjudicarnos ni privarnos de nuestros alimentos, vienen á ofrecernos sus servicios, su leche y su lana. De tal modo los tiranos se consideran mutuamente, y no ostentan su fortaleza sino contra los débiles: diríase que el Hombre nació para hacer reinar la injusticia sobre la tierra. No es pues de admirar que en sus sociedades conserve ese odioso carácter de avaricia y ambición que tan eminentemente le distingue entre todos los animales.
Las antipatías naturales de los carnívoros entre sí proceden de su concurrencia en la caza: el León, el Tigre, la Pantera, el Oso etc., no sufren rivales en los bosques, en las montañas, en los dominios que lo han apropiado. Estos déspotas del reino animal no soportan el mas leve menoscabo en su autoridad; á ningún rebelde toleran en sus estados: limpian su imperio de los tiranos subalternos, de los inquietos guerrilleros que destruyen la caza menor, y que, semejantes á los antiguas señores de pequeños feudos, oprimían crudamente á los aldeanos, aniquilando así la población. Solamente el León, príncipe generoso, tolera que el Chacal, especie de Perro salvaje, le sirva de proveedor y coma de los restos de su mesa; pero estos humildes parásitos se presentan siempre temblando ante el fiero animal, cuya terrible frente sombrean espesas crines.
Las antipatías mutuas de los carnívoros tienen por objeto disminuir su número, porque, haciéndose estas feroces razas una guerra á muerte hasta devorar á veces en ciertas situaciones, como el Tigre, sus propios hijos, la naturaleza se descarga del número escesivo de esta especie de bandidos. El Hombre está encargado especialmente de limpiar la tierra de esas razas sanguinarias, para reinar solo con entera libertad ha usurpado la monarquía universal, y fundándola sobre las ruinas de las demás potencias, abrogándose el derecho de vida y muerte sobre todos los animales, ha desterrado así a los desiertos inhabitables las fieras bestias, poniendo á precio sus cabezas como las de famosos bandidos. A su vez estos animales, impulsados del odio que nos tienen, se coligan contra nosotros: todas las especies salvajes aborrecen á las de su raza domesticadas por el Hombre, y especialmente el Perro sufre el odio que cada animal nos tiene, porque á todos los hemos tiranizado. El Lobo, que puede considerarse como un perro salvaje, detesta al doméstico, que vive en nuestra sociedad; le mira como un satélite sobornado para servir nuestros intereses, ó mejor dicho, como un traidor vendido á un tirano para destrozar la raza de los lobos. Indignado por la bajeza del pérfido que trocó su libertad baja é ignominiosamente por un pedazo de pan que le alarga la mano de un déspota, ordenándole hacer la guerra á su propia especie, ataca al Perro con furor, y cuando logra matarle, sacia su justicia ó su Venganza la carne y la sangre de la víctima. Por eso los animales domésticos tiemblan siempre ante los salvajes de su especie; parecen en su presencia tránsfugas, apóstalas criminales; se presentan temblorosos y como avergonzados, porque las especies salvajes, como están mas ejercitadas y viven mas libremente, son mas fuertes y valientes: rara vez atacan á aquellos sin castigarlos de muerte, á nó ser que la pasión del amor calme su furor. Esto sucede frecuentemente con las Perras ó Cerdas en celo, que vagan por los bosques y son sorprendidas en ellos por el Lobo ó el Jabalí. De esta unión resulta una raza mas fuerte y vigorosa; sin duda porque ha sido resellada, digámoslo así, por su tipo original.
El animal que ha nacido libre, y vive salvaje, no puede soportar la esclavitud; indignado, rechaza con lijereza sus cadenas. El intrépido León quebranta sus dientes contra los balaustres de hierro que forman su prisión; ruje y perece de hambre mas bien que tocar los alimentos que tiene cerca; mirándolos con desprecio cual los dones ofrecidos por la mano de un tirano, prefiere la muerte á una vil humillación. Solamente acostumbrándole desde la infancia á la servidumbre, engolosinándole, engañándole con la blandura de su esclavitud, comprando su libertad y quizás su orgullo á fuerza de multiplicados beneficios, con las ventajas propias de la vida doméstica, se consigue amansarle. Y aun así el mas leve maltrato de su amo le parece en medio de su miseria un ultraje, cuyo recuerdo conserva largo tiempo. ¡Con cuántas usuras, si posible le es, hace pagar todos los pesares de la esclavitud sufrida! ¡Con cuánta rabia venga las humillaciones del yugo que con tanto despecho soportaba su altiva frente y enérgica independencia!
Compartiendo los cuadrúpedos salvajes con el Hombre las ventajas de la sociedad, pierden, no solo esa independencia, sí que también contraen una debilidad que degrada su especie. Aunque las epizootias no viniesen á destruir los ganados, ¿quién podrá restituir á estos animales la valentía y el vigoroso temperamento, propios dé la libertad y del estado natural? Nuestros cuidados, nuestros abundantes alimentos producen en ellos la laxitud, la pérdida de la salud; efecto que también esperimentamos nosotros por las mismas causas. No de otro modo podemos domar á los animales, sino enervándolos y afeminándolos; solamente reduciéndolos á la necesidad de vivir con nuestros auxilios es como logramos que se nos aficionen, porque las razas mas vigorosas son las menos susceptibles de domesticarle: las que se complacen en el cautiverio demuestran, por solo eso la vileza de su carácter. ¿Qué podia fallarles en el estado de. libertad? La tierra, siempre vestida de, verdura, les suministraba alimentos sanos y agradables, un banquete siempre preparado; los bosques les ofrecían sombra y asilo. Si temían las armas del Hombre, ¿cuánto mas deben, temerle ahora sometidos á él? ¿No derrama con placer su sangre y no se entretiene caprichosamente con sus tormentos? ¿Qué especie de ultraje le resta que ejercer contra ellos en su naturaleza? ¿Acaso les dispensa algún miramiento en sus trabajos ó economiza sus sudores? ¿No era bastante que el Buey, sometido al yugo, trazase fatigosamente los surcos, prodigando su trabajo para cultivar el trigo de que no se aprovecha este paciente animal; sino que también era necesario conducir al matadero á tan fiel servidor cuando llega á la vejez? La Vaca que nos dá su leche, la Oveja que nos suministra su vellón, ¿debían esperar por recompensa una muerte cruel, dada por la mano del mismo á quien enriquecieron sus beneficios? Ese anciano Caballo, que, esponiendo su propia vida, salvó tantas veces de los peligros á su dueño, que triunfó con él en tantos combates ¿debia acabar su carrera bajo el látigo de un carruajero bruta, ó el cuchillo de un codicioso desollador? Mientras que los golpes hacen espirar al pobre animal, su amo, gozando los favores de la fortuna, olvida al servidor fiel que le ayudó á
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