Naturaleza de Aragón > Los tres Reinos de la Naturaleza > Tomo 1
Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de junio de 2024 última revisión
cites y afectuosos; imitaban todas las acciones humanas que permitía su organización, y muy particularmente las que les proporcionaban comodidad; preferían beber en un vaso á tener que hacerlo á lengüetadas como los perros; se lavaban y secaban las manos con una toballa, y el hocico con una servilleta; hacían su cama y ponían las mantas al sol para secarlas, teniendo mucho gustó en echarla cabeza sobre la almohada; machacaban en un mortero las cosas que los daban para eso, y llevaban leña ó agua con la mayor docilidad al menor mandato. Todo denotaba que ellos tenian una complexión social, unida á mucha gravedad, y á cierto talento de observación; pero, porque tales criados no querían ser esclavos, ni consentían, sin resistencia, los malos tratamientos ni los caprichos de los niños y sirvientes, se dedujo que cuando llegaban á viejos en los bosques, en donde no los ha observado ningún naturalista, se volvían intratables. No encontrándolos ni tontos ni malos en nuestras casas, cuando no se les creía sino seres irracionalmente furiosos, se calumnió á estas criaturas independientes.
Dejemos á Buffon responder á estas exageraciones, que serian entretenidas sino fuesen ridiculas.
«En la historia del Chimpancé y del Orangután se verá que, sino se atendiese mas que á la figura, se podría considerar este animal como el primero de los monos, ó el último de los hombres, pues, á escepcion del alma, nada le falta de cuanto nosotros tenemos, y en cuanto al cuerpo, difiere menos del Hombre que de los demás animales á quienes se ha dado el mismo nombre de Mono.»
El alma, el pensamiento y la palabra no dependen, pues, de la forma ó de la organización del cuerpo; y nada prueba mas bien ser este un don particular, concedido solamente al Hombre, que el ver que el loco, que no habla ni piensa, tiene, sin embargo, el cuerpo, los miembros, los sentidos, el cerebro y la lengua enteramente semejantes á los del Hombre puesto que puede hacer ó remedar todos los movimientos y todas las acciones humanas, y con todo no ejecuta ningún acto de Hombre. ¿Será por falta de educación? Seria injusto juzgar asi. Pero no es equitativo (dirá alguno) comparar al mono de los bosques con el hombre de las ciudades; se debería comparar al Mono con el hombre salvaje, que nada ha recibido de la educación. ¿Y quién tiene idea justa del Hombre en el estado de pura naturaleza? Cubierta la cabeza de cabellos erizados, ó de lana ensortijada; cubierto el rostro por una larga barba, con dos mechones de pelos todavía mas groseros encima, que por su anchura disminuyen la frente, y la hacen perder su carácter augusto, no solamente oscurecen los ojos, sino que los entierran y redondean como los de los animales; los labios gruesos y salientes, la nariz aplastada; el mirar estúpido ó feroz; las orejas, el cuerpo y los miembros cubiertos de vello; la piel dura y negra como un cuero curtido; las uñas largas, gruesas y encorvadas; un solar calloso como correa en las plantas de los pies; y por atributos del sexo femenino, unos pechos colgantes y lacios, y la piel del vientre pendiente hasta las rodillas; los hijos revolcándose en el cieno, y arrastrándose á cuatro pies; y el padre y la madre sentados sobre sus talones, todos horribles, todos cubiertos de una grasa hedionda: tal es el bosquejo de un salvaje Hotentote, quizá lisonjero, porque del Hombre en el estado de pura naturaleza al hotentote, hay mucha mayor distancia que del Hotentote á nosotros: cárguese, pues, todavía la pintura, si se quiere comparar al Mono con el Hombre; añádansele las analogías de organización, las semejanzas de temperamento, el apetito vehemente de los Monos por las mujeres, la misma conformacion en las partes genitales de los dos sexos, la menstruación periódica de las hembras, y las mezclan forzadas ó voluntarias de las negras con los monos, cuyo producto debe haber entrado en una ú otra especie; y véase, suponiendo que no sean las mismas, cuan difícil es señalar el intervalo que las separa.
Confieso que, si solamente se debiese juzgar por la forma, la especie del Mono se podría considerar como una variedad de la especie humana. El Criador no quiso hacer para el cuerpo del Hombre un modelo absolutamente diverso del modelo del animal, é incluyó su forma, como la de todos los animales en un plan general; pero al mismo tiempo que dio al Hombre esta forma material semejante á la del Mono, penetró este cuerpo animal de su aliento divino. Si hubiese hecho el mismo favor, no digo al Mono, sino á la especie mas vil, al animal que nos parece el peor organizado, en breve esta especie hubiera sido competidora del Hombre; vivificada por el espíritu, hubiera sobresalido entre todas las demás, hubiera pensado y hablado. Así, pues, sea la que fuere la semejanza entre el Hotentote y el Mono, el intervalo que los separa es inmenso, pues aquel está dotado en lo interior de la facultad de pensar, y en lo exterior de la de hablar.
¿Quién llegará nunca á saber en qué se diferencia la organización de un imbécil de la de otro hombre? El defecto está seguramente en los órganos materiales, pues el insensato tiene su alma como cualquiera otro hombre. Pues si de hombre á hombre, en quienes todo es enteramente conforme y perfectamente semejante, una diferencia tan pequeña, que no la podemos percibir, basta para destruir el pensamiento, ó impedir que nazca, ¿debe admirarnos que no haya nacido nunca en el Mono, en quien no reside el mismo principio?
El alma, en general, tiene su acción propia é independiente de la materia; pero como tuvo á bien su divino Autor unirla al cuerpo, el ejercicio de sus actos particulares depende de la constitución de los órganos materiales; y esta dependencia no solo está probada por el ejemplo del imbécil, sino también demostrada por los del enfermo delirante, del hombre sano que duerme, del niño recien nacido que no piensa todavía, y del viejo decrépito, que ya no piensa. Aun parece que el efecto principal de la educación no es tanto instruir al alma ó perfeccionar sus operaciones espirituales, como modificar los órganos materiales, y procurarles el estado mas favorable para el ejercicio del principio pensante. Hay dos educaciones que á mi parecer se deben distinguir atentamente, por ser muy diferentes sus productos: la educación del individuo, la cual es común al Hombre y los animales, y la educación de la especie, que solo pertenece al Hombre. Un animal recién nacido, ya por la intención, ya por el ejemplo, aprende en algunas semanas á hacer todo lo que hacen su padre y madre: para el niño se necesitan años, porque al nacer es incomparablemente mucho menos fuerte y menos formado que los animales pequeños; tanto, que en este primer tiempo es nulo para el espíritu, relativamente á lo que debe ser en adelante. Por consiguiente, el niño es mucho mas lento que el animal en recibir la educación individual; pero por esta misma razón se hace capaz dé la educación de la especie, pues los socorros multiplicados, y los cuidados continuos que exige por mucho tiempo su estado de debilidad, conservan y aumentan el cariño de sus padres, y cuidando del cuerpo, cultivan el espíritu: el tiempo que necesita el primero para fortificarse resulta en beneficio del segundo, lo general de los animales es que estén mas adelantados, por lo respectivo á las facultades del cuerpo, en dos meses, que lo puede estar el niño en dos años de lo que se deduce que se emplea doce veces mas tiempo en su primera educación sin contar les frutos de la educa-
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