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Buffon: Mamiferos Generalidades. Ojeada general sobre los mamiferos. Clasificación Adoptada. Genero, especie, variedad. 141

Los tres Reinos de la Naturaleza Tomo 1

Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 21 de febrero de 2022 última revisión

freno natural que la Providencia ha puesto sabiamente en el corazón humano para que no hagamos mal voluntariamente á los animales. Los bracmas ejercitan esta piedad con tal extensión, que ni aun los insectos matan; y entre los devotos musulmanes se encuentran hospitales destinados á los perros enfermos.

Anteriormente hemos dicho que esa común necesidad de morir, á la que todo ser viviente está sujeto desde que nace, y la poca inteligencia y sensibilidad de las criaturas de un orden inferior, hacían menos criminal el acto de matar los animales; y que un hombre que esperimenta remordimientos degollando una Oveja, ninguno siente comiendo Ostras vivas, porque este ultimo animal casi no tiene sentimiento, no grita dolorido en ese fatal momento de la destrucción, momento tremendo para los seres muy sensibles. En verdad las bestias feroces ejercen su odiosa costumbre sin remordimiento; pero el mayor número de ellas sufren á su vez suerte igual á la que hicieron esperimentar á otras especies; de modo que existe en el reino animal cierta compensación recíproca y general, tanto de bienes como de males.

Cuanto mas inteligentes y sensibles son los animales, mas injusticia y crueldad parecen emplear las otras especies en sú destrucción. ¿Pero, puede decirse que el León ó el Buitre sean culpables? ¿No los ha justificado la naturaleza por su organización, y la necesidad de alimentarse de carne y sangre? ¿Se deben los animales miramientos mutuos? ¿No vemos por todas partes reinar sobre el globo mas bien la fuerza que la equidad, aun entre las naciones mas civilizadas, por ese horrible abuso del poder, sucesivamente ejercido desdé los mas remotos siglos? Si el furor y la guerra son las únicas leyes que reconocen, ya los animales entre sí, ya los hombres que se parecen á ellos; ¿á qué abominable mundo hemos sido arrojados? Es que tal vez el contrapeso y equilibrio entre todos los seres de la creación no podrán establecerse de otro modo; porque vemos que, prevaliéndose cada individuo de su interés propio, nada reconoce superior á su propia naturaleza. Así solamente el poder ó la autoridad pueden establecer la concordia y la unidad: por eso la fuerza ocupa el lugar de la justicia entre los anímales, y esta debiera sustituir á la fuerza entre los hombres, si ella sola pudiera siempre bastar entre nosotros.

La mayor sensibilidad que los seres manifiestan entre sí, és con relación á su propia especie; después la de la madre con los hijos; luego la de los sexos uno con otro; y finalmente las simples relaciones de lenguaje, voz ó signo. Cada uno busca su semejante en la naturaleza, si se esceptuan esos seres montarazes y desnaturalizados para los cuales la ferocidad y la sangre son una necesidad. Así nunca la Araña se acerca á otra Araña sin que se hagan guerra á muerte, y aun la unión del amor es peligrosa y temible entre ellas. ¡Desgraciada la que se entrega sin reserva á ese sentimiento natural! Si ella se encuentra con un ser menos apasionado, infaliblemente le servirá de pasto en seguida. De igual modo los otros anímales feroces, los Leones, los Tigres, no se acercan jamás sin recelo si no están muy dominados por el amor se ponen furiosos, porque la concurrencia de la caza enemista la especie entre sí; y ni aun á sus hijos y hembras sufren sino en tanto que no pueden ser sus rivales. Esta singular combinación del odio con las mas dulces pasiones es también una maravillosa armonía de la naturaleza para impedir la escesiva multiplicación de unos seres crueles y maléficos; y hasta en eso la Providencia se muestra benéfica, pues con tan industriosa malignidad, los monstruos procuran destruirse mutuamente.

No son inútiles estas consideraciones, como vamos á ver parando algo la consideración en la historia de los animales carnívoros, ó sea los que la naturaleza ha querido armar con dientes y garras, colmándolos de instinto sanguinario, para que sean, por decirlo así, ejecutores forzosos de los actos á que les impele su organización.

En efecto no están hechos los dientes agudos de las Panteras y los Leopardos para masticar yerbas, ni estas pudieran digerirse en un estómago estrecho, simple y membranoso bañado de líquidos irritantes; y la prueba es que estos animales arrojan sin digerir el pan y otras materias puramente vejetales que les hacen tragar. Por el contrario, la carne repugnaría al estómago del Cordero y de la delicada Gacela; sus dientes no son á propósito para despedazarla; rechaza su paladar con hastío cualquier presa ó despojo sangriento: todas las partes de su constitución son adecuadas al régimen vejetal. Así en la conformación dé cada animal se pueden observar las causas de sus acciones.

Todo es armónico, en efecto, en los seres organizados, principalmente en los animales; de manera que una sola parte indica comunmente el todo. Mostradme el diente de un animal, decía un naturalista, y os referiré toda su historia, aunque no lo haya visto en mi vida; y esto no es una vana jactancia, señores, ni una extravagante presunción: por el tamaño de un cliente se puede juzgar la estatura del animal, á quien pertenecia; por la configuración á propósito para masticar yerbas ó carnes, se conocera si pertenecia á un herbívoro ó carnívoro; y de estas consecuencias ¿cuántas otras no pueden sacarse? Todo el resto de la estructura del cuerpo; no solamente el estómago y las visceras, sino la forma de las patas, terminadas en garras ó en pezuñas, la viveza de los sentidos y los hábitos, que necesariamente se derivan del género de vida y de una constitución determinada, hacen percibir con claridad la coordinación y enlace íntimo que existe en la naturaleza organizada.

Los carnívoros necesitan además de sus armas ofensivas, que son las garras y dientes, de mucho vigor y agilidad, de un instinto cruel y sanguinario: á la carne y la sangre de que se alimentan deben el origen de estas cualidades. Los herbívoros, además de carecer de armas ofensivas, son pacíficos y tímidos; propenden á la vida social; pacen juntos la rica alfombra de los valles y colinas, ó almacenan en común los frutos de su economía y de su prudente actividad como lo ejecutan y debiera imitarles el Hombre, las especies frugívoras de las Ratas, los Murciélagos volantes, Turones, Lirones y Marmotas, cuya alimentación poco sustanciosa los hace menos ardientes y animosos. Por el contrario, los carnívoros, dominantes y feroces, semejantes á los tiranos, son insociables; aborrecen toda concurrencia; y apenas logra el amor reunir los sexos por algunos instantes. Como no encuentran una presa fácil cada día, y necesitan atacarla con violencia, alcanzarla en la carrera ó sorprenderla con artificio, soportan el hambre mejor que los herbívoros, cuyo alimento siempre está preparado Pueden pasar sin comer muchas semanas; pero cuando el hambre les aqueja se aumenta mucho su audacia. Y en tales casos el Lobo intrépido, desesperado y rabioso, fuerza en medio del dia el recinto de los establos hasta al Hombre acomete, y destrozándole, venga en su sangre las injurias que á su especie hace la nuestra. Mas cuando halla abundante alimento se sacia para muchos dias, y aun oculta bajo de tierra algún resto, previendo el hambre que podrá acosarle después.

El hábito de alimentarse con carne, la sed de sangre y matanzas comunican á las pasiones de los carnívoros una sensibilidad y ferocidad de alma, que también se nota en los hombres que habitualmente se ocupan en degollar animales: al contrario, la vida

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