En aquellos lugares donde la presencia de agua es permanente se crean unas condiciones especiales para la vida animal y vegetal.
En los sotos que salpican, aunque menos que en otros tiempos, las riberas de los ríos, crecen espontáneamente los chopos, álamos, sauces, tamarices y zarzas. Estos y otros árboles y arbustos forman un entramado vegetal que permite la vida de una variada fauna.
En los galachos, cauces de río abandonados, la abundancia de agua acrecienta la diversidad de especies vegetales y animales. A pesar de las agresiones que cada día sufren, los galachos de La Alfranca de Pastriz y el de Juslibol, ambos en el Ebro, mantienen una gran variedad de formas de vida animal y vegetal.
En las tierras esteparias, las aguas se remansan en balsas, algunas temporales y otras permanentes. En estas balsas y su entorno crecen especies vegetales y animales que configuran pequeños oasis en medio de un paisaje semidesértico. Allí se cobijan, como en las lagunas de Gallocanta y de Sariñena o en las balsas de Pestaña, cientos de aves migratorias en su camino de tierras cálidas al norte y viceversa.
En algunas de estas balsas, que los lugareños llaman "saladas", se desarrollan algunas especies vegetales adaptadas al encharcamiento casi permanente de sus raíces y a la salinidad de los suelos.
Pero no sólo donde el agua se remansa y estanca origina vida. En los lugares donde las precipitaciones son abundantes, generalmente en zonas montañosas, el agua crea unas condiciones propicias para el desarrollo vegetal.