El agua es buena o mala, útil o inútil según para quien, en qué lugar y en qué momento. Lo que para unos puede ser agua "de baja calidad" resulta "un don del cielo" en zonas que sufren constantes sequías. El concepto de calidad de agua o agua de calidad es, pues, muy ambiguo.
En cualquier caso, no existe un agua químicamente pura en la naturaleza. Desde su origen en las precipitaciones, toda agua lleva disuelta diferentes sustancias químicas que van incrementándose progresivamente en contacto con el suelo y el subsuelo. Esa mineralización o contaminación natural de las aguas es mayor en las aguas subterráneas que en las superficiales, pues en el subsuelo el agua circula durante más tiempo y en contacto más íntimo con el terreno.
Por el contrario, las aguas superficiales son más susceptibles de contaminación por la actividad del hombre. Prácticamente todas nuestras actividades necesitan en mayor o menor medida agua, desde nuestro aseo personal al funcionamiento de las grandes industrias. Este uso humano provoca modificaciones en el agua, algunas de tal calibre que la hacen inutilizable en determinado lugar y momento. El agua está entonces contaminada y es preciso depurarla.
Muchas son las formas de contaminación en un mundo como el actual. Las aguas residuales de las grandes ciudades vertidas sin depurar a los ríos, los vertidos a menudo tóxicos de grandes industrias y el empleo indiscriminado de fertilizantes y plaguicidas en la agricultura contaminan los cauces de los ríos.
Los organismos oficiales tratan de controlar y evitar en lo posible la contaminación de las aguas. Para esta importante labor se controla la calidad de los ríos aragoneses en puntos distribuidos por todo Aragón. Periódicamente se miden una serie de parámetros físicos y químicos que sirven para establecer un Índice de Calidad General (ICG) del agua.
El índice de Calidad General de las aguas de los ríos aragoneses es bastante aceptable si se exceptúan los tramos del Gállego aguas abajo de Zuera, en Ebro entre Zaragoza y Escatrón y el Huerva en su desembocadura.
Pero si la calidad del agua de los ríos aragoneses se midiese en función del uso que podría dársele, la situación no sería ya tan buena. Así, la casi totalidad de esas aguas requieren un tratamiento previo para utilizarse como abastecimiento a poblaciones (potabilización) y precisan un ablandamiento (desmineralización) para su uso en la industria. Finalmente, las aguas de muchos ríos aragoneses tienen elevados contenidos en sales, incrementados además año a año, por lo que en ocasiones producen la salinización de las tierras que riegan en vez de fertilizarlas.
Los organismos oficiales son conscientes de estos problemas y en los últimos años han incrementado el control de la calidad del agua de los ríos y la vigilancia de los residuos urbanos e industriales. Sin embargo, algunas industrias pretenden zafarse de este control vertiendo sus residuos más tóxicos en los acuíferos, donde es muy difícil ejercer una vigilancia que apenas ha comenzado.