Para Aragón, como para otras zonas, el agua es vida. Los hombres y mujeres de esta tierra de "polvo, niebla, viento y sol" en versos del cantautor José Antonio Labordeta, están permanentemente mirando al cielo.
Hay comarcas aragonesas que pasan meses esperando la lluvia para sus campos, temerosos, al tiempo, de ser arrasados por la tormenta. Hay pueblos que deben ser abastecidos en verano con agua traída en camiones-cisterna. Hay lugares donde puede verse crecer el desierto.
Por contra, en las montañas, sobre todo en el Pirineo, las precipitaciones son abundantes y cada valle está cortado por un caudaloso río que abre brecha hacia el somontano.
La gran preocupación de quienes durante siglos han poblado esta franja que llamamos Aragón ha sido conservar cada gota de agua que escasamente da el cielo. Así, con la lluvia, han salido adelante unos yermos agostados por el cierzo y la intensa insolación de muchos días, de muchos años.
Desde siempre, las gentes que vivieron junto al Ebro intentaron dominar cualquier caudal para llevar agua al erial y transformarlo en una feraz huerta.
Seguramente los primeros regadíos del valle del Ebro se deban a los iberos. Después, los romanos realizarían algunas obras hidráulicas importantes para regar más tierras hasta entonces de secano, construyendo diques y presas como en la Hoya de Huesca o en Cinco Villas.
En la Edad Media, los musulmanes impulsaron con tesón los regadíos y perfeccionaron los sistemas de riego. Los valles del Ebro, Jalón, Jiloca, Huerva y Gállego eran ya surcados por una importante red de acequias que nacían en pequeños azudes. Cuando el Reino de Aragón bajó de las montañas pirenaicas al llano, los conquistadores cristianos se encontraron con tierras baldías, dedicadas a pastos comunales, pero también con regadíos que serían repartidos en lotes a los repobladores.
Tenemos noticias de la construcción de una acequia en Tauste en 1256 y de un proyecto para construir un canal en Bardenas en el siglo XIV. Los regadios eran ya, pues, una obsesión para los primeros aragoneses.
En la Edad Media existía la acequia de la Almozara, que recibía aguas del Jalón y, posteriormente, también del Ebro. En 1446 surgió el proyecto de la acequia del Ebro, que más tarde recibiría el nombre de Canal Imperial, el primer gran canal aragonés.
Su historia es tan accidentada como el devenir del pueblo aragonés. En el siglo XVI, Fernando el Católico concedió a las Cortes de Aragón el permiso para su construcción y se aceleraron las obras; las aguas se tomarían fuera del territorio aragonés, en el Bocal, muy cerca de Tudela.
Al poco tiempo se agotaban los presupuestos y se detenia aquella Acequi Imperial, como así se llamaba, que ya llegaba hasta Luceni. Pasarían dos siglos de desidia y de avenidas que fueron borrando el cauce de la hasta entonces mayor empresa hidráulica aragonesa.
En el siglo XVIII se reemprenden las obras, encargadas por el Conde de Aranda a una Junta presidida por el canónigo Ramón Pignatelli, y el 14 de octubre de 1784 las aguas llegaban a Zaragoza, y manaba por la famosa fuente de los incredulos: "para alivio de caminantes y demostración a los incredulos". A pesar de tanta desconfianza se veía hecho realidad, gracias a la Real Sociedad Económica de Amigos del País, un sueño acariciado durante siglos y un grupo de aragoneses podía seguir soñando una salida al mar para Aragón.
El Canal Imperial fue el primer paso al poner en regadio 2.600 Ha en los primeros años, llevar agua a la ciudad de Zaragoza y servir de vía de comunicación y transporte para los pueblos de la ribera. Pero los proyectos seguían mansamente la corriente de los trámites administrativos y en ocasiones quedaban varados en los despachos oficiales.
Haría falta que Joaquín Costa sacase de una modorra de más de cien años el proyecto del Canal de la Litera, después llamado Canal de Aragón y Cataluña, inaugurado por Alfonso XIII en 1906. Dos años después de la muerte de Costa, en 1913, se celebraba en Zaragoza el Primer Congreso Nacional de Riegos. En 1915 se aprobaba la Ley de Riegos del Alto Aragón, el proyecto más importante para aprovechar las aguas de la cuenca del Ebro.
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