Zoología o Reino Animal. Antropología. Unidad de la especie humana. 91

Los tres Reinos de la Naturaleza Tomo 1

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Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de octubre de 2023 última revisión

una modificación de la economía animal producida artificialmente. Los perros han sustituido el ahullido natural de la raza salvaje al ladrido adquirido é imitativo de la voz del Hombre. La lana se ha caído del lomo de los carneros que se apacientan en el valle que separa la cadena oriental é intermedia de las Cordilleras, y en su lugar ha aparecido una piel corta y lustrosa semejante á la de la cabra. Todas las especies de animales se modifican evidentemente en sus conformaciones exteriores por causa de las influencias físicas y la analogía nos autoriza á preveer resultados iguales en la organización humana. Los hechos, como ya lo hemos visto, confirman esta previsión y demuestran la armonía que reina en todas las partes de la creación animal.

También es digna de citarse, aunque sea con brevedad, otra prueba de nuestras conclusiones. Hasta los observadores mas superficiales han podido sorprenderse déla maravillosa permanencia de las distinciones específicas en los dos reinos de la naturaleza viviente á través de ios siglos y a pesar de lo desfavorable de las circunstancias. La encina y el olmo jamás han confundido sus respectivas particularidades en un producto común; las han conservado siempre por el contrario a pesar de su frecuente inmediación. La mezcla de plantas de especies diferentes ha producido variedades híbridas; pero esas variedades intermedias tienden incesantemente á desaparecer por efecto de las dificultades de su reproducción. Lo mismo sucede en el reino animal; porque la esterelidad del ganado mular (como lo ha demostrado el profesor Wagner) procede de un obstáculo orgánico. Y sin embargo no solo existen razas de hombres mestizos, sino, que son además notables por su fecundidad. Los mulatos y los hombres de color de las Indias occidentales , los cafusos del Brasil, los griquos del Sur de África, los papus de la Nueva-Guinea son el producto de un cruzamiento. Si el negro y el europeo, el africano y el americano, el holandés y el hotentote, el malayo y el polinesio pertenecen á especies diferentes, la analogía, debe hacer creer que sus hijos serán estériles y ni podrán propagarse ni perpetuarse. La posteridad, no obstante, de esos cruzamientos se aumenta por el contrario con rapidez y puebla todos los lugares que habita; de donde debe concluirse necesariamente, ó bien que la raza, humana es una escepcion á la ley universal del reino orgánico, ó bien que no hay muchas, sino una sola especie de hombres.

Esta última conclusión es la que adoptamos como la única conforme á las leyes universales de la naturaleza y al mismo tiempo conforme á la letra, de la Escritura, donde dice : «que Dios ha creado de una misma sangre á todas las naciones de los hombres, para que habitasen toda la superficie de la tierra.»

Aquí se nos presenta otra cuestión. Sin dejar de admitir la unidad específica de la raza humana, se puede sostener sin embargo, y así se ha hecho, que ha debido haber originariamente muchas y distintas parejas, si se supone que son necesarios centros de creación múltiples para esplicar la espansión universal de la población. El caucásico, el etiope, el mogol pueden muy bien ser simples variedades de la misma especie; pero esto no probará, puede arguírsenos, que descienden todos de una sola pareja. Nosotros reconocemos en efecto que todo lo que hemos probado y querido probar hasta aquí es la identidad de la naturaleza, y que esta es perfectamente conciliable con la hipótesis de la multiplicidad de las uniones de la misma especie, origen de la población de las diferentes partes de la tierra. La unidad de la raíz ó la historia primitiva del Hombre es, pues, el segundo y mas esencial objeto de nuestro asunto.

¿Puede considerarse existente algún testimonio, no inspirado, que acredite que el género humano ha sido criado en una cuna común y que se ha dispersado en seguida por todo el globo? En vano se buscarían documentos escritos para el esclarecimiento de los hechos de una época tan remota. No deben sin embargo, despreciarse las indicaciones de los historiadores profanos de la antigüedad sobre el origen de las primitivas colonias: estos nos suministran datos mas que probables sobre emigraciones importantes en las regiones del mundo conocidas en su tiempo. Estas narraciones bastan ya para demostrar la tendencia natural del Hombre á esparcirse de un país en otro, movido del esceso de la población, del deseo de estender su territorio, de la necesidad de nuevas impresiones y de su espíritu aventurero; pero esas guias nos abandonan desde el momento mismo en que mas necesitaríamos su auxilio; no nos llevan mas que al terreno de nuestras investigaciones. Ante ellas se estiende un mundo cubierto de densísimas tinieblas, impenetrables á la vista y pobladas de dioses, de héroes y de monstruos fabulosos. Esos mitos y esas fábulas despiden, á la verdad de vez en cuando, algunos reflejos débiles y vacilantes que señalan vagamente los contornos de la realidad; pero no tardan en dejarnos entregados á nuestras dudas y conjeturas.

Toda ficción es, generalmente hablando, el desenvolvimiento anormal ó exagerado de un hecho. Las tradiciones de un pueblo, con todas sus incidencias, son un patrimonio hereditario, trasmitido por las generaciones mas remotas, que lleva en sí las señales de su edad y las huellas de su historia. Esas tradiciones son de dos maneras: las unas son el producto de la natural actividad del entendimiento, las otras son exóticas y accidentales. Entre las primeras puede colocarse la creencia en la existencia de seres invisibles, sobrenaturales, ejerciendo su influencia sobre los negocios humanos; la vaga concepcion de una vida futura asociada á los ritos funerarios y las máximas morales regulando los deberes del Hombre para con el objeto de su culto y para con sus semejantes, lisas ideas son la propiedad común del Hombre: se las encuentra en las cabañas de la Nigricia, en la choza del boschisman, en las regiones del vagabundo mogol y en los bosques de América, como entre los pueblos cultos de la Europa. En vez de comparar los cuerpos comparamos ahora los entendimientos, para saber si a pesar de su diversidad no ofrecen entre sí una semejanza bastante para dar á conocer su unidad específica. Todos los productos de la razón, tradiciones, preceptos morales y costumbres, pueden compararse de ese modo. Así como el parecido de las flores es para los botánicos la prueba de la identidad de los terrenos, la analogía de los fenómenos intelectuales y morales revela la unidad natural del entendimiento humano. No nos detendremos en esta consideración, porque conduce únicamente á nuestra primera conclusión, la unidad de la especie.

Hay otras tradiciones que no pueden considerarse como productos espontáneos del entendimiento, no teniendo una relación natural necesaria con la razón. Toda nación tiene su historia de una edad de oro en que sus fundadores disfrutaban una abundancia y una paz paradisíacas; todas conmemoran un diluvio ó inundación que despobló la tierra, dejando la tarea de repoblarla á una familia privilegiada, y la costumbre de los sacrificios como medios de apaciguará la divinidad ofendida. Esas nociones emanan de un origen distinto de la razón y su universalidad señala una época en que las tribus humanas estaban reunidas en una sola familia y habitan el mismo suelo. Los sacrificios llaman particularmente la atención, porque no se puede esplicar su existencia por ningún motivo sacado de la razón natural. Así Pitágoras, Platón, Porfiro y otros pensadores paganos han ma-

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