Tomo 5. Página 9. Zoología. Peces. Museo Pintoresco Historia Natural. Los Tres Reinos de la Naturaleza. en Aragón.

Tomo 5. Página 9. Zoología. Peces. Museo Pintoresco Historia Natural. Los Tres Reinos de la Naturaleza.

Museo Pintoresco Historia Natural Tomo 5 Peces

Naturaleza de Aragón > Museo Pintoresco Historia Natural > Tomo 5 Peces

Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de junio de 2024 última revisión

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INTRODUCCION

el grado de clases los cuatro grupos que acabamos de mencionar. Posteriormente se ha propuesto la admisión de tres clases mas que añadidas á las cuatro primeras dan un total de siete. Tales son las siguientes:

1.a Mamíferos;

2.a Aves;

3.a Epterodáctilos;

4.a Reptiles;

5.a Ictiosaurios;

6.a Anfibios;

7.a Peces.

En la introducción al tratado de los reptiles manifestamos ya que de estas tres nuevas clases tan solo era admisible por de pronto la sexta ó sea la de los anfibios. Verdad es que las estudiamos como cuarto orden de la clase de los reptiles, pero ya dijimos también que lo hacíamos asi para atenernos puntualmente á la clasificación de Duméril, aun cuando no mereciesen nuestra humilde aprobación varias de sus divisiones. Las presuntas clases de los epterodáctilos y de los ictiosaurios las incluimos igualmente en el primitivo grupo de los reptiles. Réstanos, de consiguiente tratar tan solo de la clase de los peces que formará el objeto de este tomo.

La definición de los peces, tal cual la han adoptado los naturalistas modernos, no puede ser mas clara ni mas exacta: «Son animales vertebrados, de sangre roja, que respiran por branquias y por el intermedio del agua.» Sabido es que este elemento de los antiguos bajo la forma de lagos, rios, mares, etc., cubre mas de los dos tercios de la superficie del globo, y claro está que á tan considerable desarrollo ha de corresponder infinito número de seres animados. Entre estos se hallan en muy escasa minoría las plantas, de suerte que los animales tienen que vivir los unos á expensas de los otros, ó de la mucósidad y de los demás detritus de los cuerpos organizados. En las aguas ofrece el reino animal los extremos de la magnitud y la pequenez, desde esos millares de mónadas que hubieran sido eternamente invisibles para nosotros sin el maravilloso poder del microscopio, hasta esas ballenas y esos cachalotes, veinte veces mayores que los mas colosales cuadrúpedos terrestres. En las aguas se observan también la gran mayoría de esas grandes combinaciones de órganos que han recibido de los naturalistas el nombre de clases, y á decir verdad todas tienen en ellas sus representantes; pues hasta entre las aves, entre esos seres esencialmente aéreos, se conocen algunas, tales como los aptenodites, cuya estructura les obliga durante casi toda su vida á fluctuar en las olas del Océano. La clase de los mamíferos tiene en las aguas no solo las focas, las morsas y los manatis, que pueden alejarse algún tanto de ellas, sino también todos los cetáceos que no pueden apartarse del agua por mas que su género de respiración les obligue sin cesar á subir á su superficie. En ellas se encuentran representados también los reptiles por varias tortugas, cocodrilos, serpientes y sobre todo por el orden ó la clase entera de los batracios. Muchos insectos son acuáticos, aun en el estado perfecto, y un número mucho mas crecido no se eleva por los aires para reproducirse y morir en ellos, sino después de haber pasado en el agua, bajo el estado de larva ó de ninfa, una parte mucho mas considerable de su vida. En las mismas aguas debemos buscar casi todos los moluscos, los anélidos, los crustáceos y los zoófitos, cuatro clases que en cierto modo solo tienen en tierra representantes aislados y como extraviados ó perdidos. Por eso decian los antiguos que todo lo que existe en la tierra se encuentra en el mar; pero que este cria muchas cosas que no se observan en aquella: «Quicquid nascatur in parte naturae ulla et in mari esse praterque multa quae nusquam alibi (Plinio, i.ix,c. xi).»

Pero entre estas innumerables criaturas que pueblan y vivifican el elemento líquido, ningunas dominan en él mas, ni le son mas exclusivamente propias, ni llaman allí mas la atención por su número, sus variadas formas, sus bellos colores, y sobre todo por los infinitos beneficios que de ellas reporta el hombre, que las que pertenecen á la clase de los peces. Esta superior importancia de los peces llega á ser tal, que ha extendido su nombre á todos los animales acuáticos, de suerte que en los autores antiguos y en los escritores modernos y contemporáneos que no son naturalistas, se ve que á menudo le aplican á los cetáceos, moluscos y crustáceos. Pero esta confusion puede, desvanecerse con la mayor facilidad, porque precisamente constituyen los peces una de las clases mejor limitadas por caracteres invariables, conforme hemos visto ya en la definición que de ellos hemos dado, y veremos mas adelante cuando describamos con la debida extension su anatomía y fisiología.

Esta clase de los peces contrasta notablemente con la de las aves bajo muchísimos conceptos. El ser aéreo descubre perfectamente destacado un inmenso horizonte; su sutil oido aprecia todos los sonidos y todas las entonaciones; su voz los reproduce; si su pico es duro, si su cuerpo debe estar protegido por un plumón que le preserve del frió de las altas regiones que visita, encuentra en sus patas toda la perfección del tacto mas delicado. Goza de todas las dulzuras del amor conyugal y paternal; cumple sus deberes con valor; los esposos se defienden y escudan á su prole; un arte sorprendente preside á la construcción de su nido, en el cual trabajan ambos, á su debido tiempo, sin descanso alguno; mientras la madre empolla sus huevos con tan admirable constancia, el padre, de amante apasionado se convierte en tierno esposo, y suaviza y embelesa con sus trinos el tedio de su compañera. En la misma esclavitud se aficiona el ave á su dueño; se le somete y ejecuta de orden suya los actos que mas habilidad y destreza requieren; caza para él como el perro, y baja de lo alto de los aires al mandato de su voz; hasta imita su lenguaje, y no sin vacilación es posible decidirse á negarle una especie de razón.

El reverso de la medalla nos ofrece el habitante de las aguas. Sin apego, sin lenguaje, sin afecciones, pasa toda su vida persiguiendo presas ó eludiendo la persecución de sus enemigos; su pasión dominante es apagar la sensación interior del hambre; apenas hacen mas que devorar cuando no se reproducen. Tal es el fin que determina la elección de los diferentes, sitios que habitan, el objeto principal de las variedades de sus formas y del corto número de instintos ó de artificios naturales que ha concedido la naturaleza á algunas de sus especies: no es otro en verdad el objeto de los filamentos pescadores del balderaya (Lophius), del hocico súbitamente lanzado hacia delante del epíbulo y del corico, y de la terrible conmoción que producen la tremielga (Torpedo) y el gimnoto. Sus sentidos exteriores les dan pocas impresiones claras y vivas; la naturaleza que les rodea, no debe afectarles mas que de un modo confuso; sus placeres son poco variados, y en cuanto á sufrimientos solo han de temer los dolores causados por heridas efectivas. ¡Ni las mismas variaciones de temperatura les afectan gran cosa, no solo porque son menores en el elemento que habitan que en nuestra atmósfera, sino también porque, tomando su cuerpo la temperatura ambiente, apenas conocen el contraste del frió externo y del calor interno. Por eso las estaciones no son para sus emigraciones y para las épocas de su propagación reguladores tan exclusivos como entre los cuadrúpedos, y sobre todo en las aves. Muchos peces desovan en invierno; hacia el otoño vienen del norte los arenques (Harengus) á esparcir por nuestras costas sus huevos y su esperma; y en el

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