Naturaleza de Aragón > Museo Pintoresco Historia Natural. > Tomo 2. mamíferos
Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de junio de 2024 última revisión
los como á los demás animales domésticos, han tomado el partido de separar los machos de las hembras, á fin de hacer menos frecuentes los accesos de un calor estéril, acompañado de furor; de suerte que no hay ningún Elefante doméstico que no haya sido antes salvaje. El modo de cogerlos, domarlos y sujetarlos, merece particular atención. En medio de las selvas, y en lugar cercano al que hoy frecuentan, se escoge un espacio que se rodea con una fuerte estacada, sirviendo de estacas principales los árboles mas gruesos, contra los cuales se aseguran los travesanos de madera, que sostienen las demás estacas. Esta estacada está hecha de suerte que un hombre puede pasar fácilmente por los claros, dejando también en ella una grande abertura, por la cual el Elefante puede entrar, y esta valla está superada de una trampa, ó recibe una compuerta que cierra detrás de él. Para atraerle hasta este recinto, es preciso ir á buscarle, llevando al bosque una hembra en calor y mansa, y cuando se cree que está á distancia de ser oida, su conductor la obliga á dar el grito de amor: el macho salvaje responde al instante, y camina á encontrarla: se obliga también á caminar á la hembra, haciéndola repetir de cuando en cuando el reclamo: llega la primera al cercado, á donde el macho, que la sigue por el rastro, entra por la misma puerta. Luego que se ve encerrado, se le desvanece el ardor, y cuando vé á los cazadores se enfurece, le hechan guindaletas para detenerle: le ponen trabas en los pies y á la trompa: traen dos ó tres Elefantes domesticados, y conducidos por hombres diestros: procuran atarlos con el Elefante salvaje: en fin, logran por fuerza, por tormentos y por caricias domarlos en pocos dias. La caza de los Elefantes es diferente según los diferentes países y según el poder y las facultades de los que les hacen la guerra, porque en vez de construir como los reyes de Siam, murallas, terrados, ó hacer empalizadas, parques ó vastos recintos, los pobres negros se contentan con las trampas mas simples abriendo hoyas bastante profundas en los lugares por donde pasan los Elefantes, para que no puedan salir cuando han caído.
El Elefante, una vez domado se hace el mas manso y obediente de todos los animales: se aficiona al que le cuida, le acaricia, y parece que adivina todo lo que puede agradarle: en poco tiempo llega á comprender los signos; y aun entender la espresion de los sonidos; y distingue el tono imperativo, el de la cólera, ó de la satisfacción, y obra en consecuencia. No se engaña en lo que quiere decir su amo: recibe sus órdenes con atención: las ejecuta con prudencia, con esmero y sin precipitación, porque sus movimientos son siempre mesurados, y su carácter parece que participa de la gravedad de su mole: aprende fácilmente á doblar las rodillas para facilitar que le monten: acaricia á sus amigos con la trompa: saluda con ella á las personas que le indican: se sirve de la misma para levantar fardos; y se ayuda á sí mismo para cargarse: se deja vestir, y parece que se complace en verse cubierto de jaeces dorados y ropas brillantes: se le unce y ata con tirantes á los carros, carretas, navios y cabrestantes; tira con igualdad, seguidamente y sin desalentarse, con tal que no le insulten con golpes fuera de sazón, y que se le den muestras de agradecer la buena voluntad con que emplea sus fuerzas: su conductor va ordinariamente montado sobre su cuello y se sirve de una vara de hierro que remata en garfio, ó armada de una punta aguda, con la cual le pica en la cabeza al lado de las orejas, para advertirle, desviarle, ó hacerle apresurar el paso; pero regularmente bastan las palabras, sobre todo si ha tenido tiempo para conocer perfectamente á su conductor, y para tener en él entera confianza: su inclinación llega á veces á ser tan fuerte y durable, y su afición tan profunda que ordinariamente rehusa obedecer á ningún otro, y se le ha visto á veces morir de sentimiento por haber muerto á su conductor en un ímpetu de cólera.
La especie del Elefante no deja de ser numerosa, aunque no produce mas que una vez, y un solo hijo cada dos ó tres años. Cuanto mas corta es la vida de los animales, tanto mas numerosa es su producción. En el Elefante, la duración de la vida compensa el corto número; y si es cierto, como aseguran, que vive dos siglos y que engendra hasta la edad de 120 años, cada par produce cuarenta hijos en este espacio de tiempo. Además, no teniendo nada que temer de parte de los otros animales, y no cogiéndolos los hombres sin mucho trabajo, la especie se sostiene y se halla generalmente esparcida en todos los países meridionales de África y Asia; y así se encuentran muchos en Ceylan, en el Mogol, en Bengala, en Siam, en Pegú y en todas las demás partes de la India: los hay también, y quizá en mayor número, en todas las provincias del África meridional, á escepcion de algunos distritos que han abandonado, porque los hombres los han ocupado enteramente: son fieles á su patria y amantes de su clima, pues aunque pueden vivir en las regiones templadas, parece que nunca han intentado establecerse en ellas ni aun viajar, por lo cual antiguamente eran desconocidos en nuestros climas. Se cree que Homero, que habla del marfil, no conoció al animal que le produce, y que Alejandro fue el primero que mostró el Elefante á la Europa. Aquel príncipe hizo pasar á Grecia los que habia ganado á Poro, y quizá fueron estos los mismos que Pirro, muchos años después, empleó contra los romanos en la guerra de Tarento, y con los cuales Curio triunfó en Roma. Después Aníbal los llevó de África, les hizo pasar el Mediterráneo y los Alpes, y los condujo, para decirlo así, hasta las puertas de Roma.
Desde tiempo inmemorial los indios se han servido del Elefante en la guerra. Entre aquellas naciones mal disciplinadas era esta la mejor tropa del ejército, y tanto, que mientras se peleó con solo el hierro, era la que ordinariamente decidía la suerte de las batallas: sin embargo, se ve por la historia, que los griegos y los romanos se acostumbraron en breve á estos monstruos de guerra, que abrían las filas para dejarlos pasar: que no tiraban á herirlos, sino que disparaban sus dardos contra los conductores, los cuales se daban prisa á rendirse, y á sosegar los Elefantes, cuando estaban separados del resto de sus tropas; y al presente que el fuego se ha hecho el elemento de la guerra, y el principal instrumento de la muerte, los Elefantes, que temen su ruido y llama, serian mas peligrosos, y causarían mas embarazo que utilidad en nuestros combates. Los reyes de la India hacen aun armar Elefantes de guerra , pero esto mas bien es por ostentación que para el efecto, y sin embargo sacan de estos animales la utilidad de esclavizar con ellos á sus semejantes, pues sirven para domar á los Elefantes salvajes. El mas poderoso de los monarcas de la India no tiene en el día 200 Elefantes de guerra; pero tienen otros muchos para su servicio, y para llevar las grandes jaulas de celosía en que hacen viajar á sus mujeres. El Elefante es una cabalgadura muy segura, porque nunca tropieza, pero 110 es de paso cómodo, y se necesita tiempo para acostumbrarse á su movimiento violento, y al balanceo continuo que ocasiona. El mejor puesto es sobre el cuello, donde el traqueo es menos fuerte que en las espaldas, lomo ó grupa; pero cuando se trata de alguna espedicion de caza o de guerra, montan en cada Elefante muchos hombres. El conductor monta á horcajadas sobre el cuello, y los cazadores ó los soldados van sentados ó en pié sobre las demás partes del cuerpo.
En los dichosos países, donde nuestros cañones y nuestras artes homicidas no se conocen sino imperfectamente, combaten todavía con Elefantes: en Cochin, y en lo restante del Malabar no se sirven de
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