Naturaleza de Aragón > Museo Pintoresco Historia Natural. > Tomo 2
Autor: Francisco Javier Mendivil Navarro Fecha: 6 de junio de 2024 última revisión
pero muchas veces, á pesar de estas precauciones, los Elefantes vienen á apoderarse de ellas, arrojan de allí el ganado doméstico, ahuyentan á los hombres y á veces derriban y destruyen sus frágiles habitaciones. Es difícil espantarlos, pues no son capaces de temor: lo único que los sorprende, y puede detenerlos son los fuegos artificiales y los petardos que les disparan, cuyo efecto repentino y renovado prontamente, los asusta y á veces los hace retroceder. Raras veces se logra separarlos unos de otros, porque ordinariamente toman todos juntos el mismo partido de acometer, de permanecer indiferentes ó de huir.
Cuando las hembras entran en celo, la grande inclinación que tiene el Elefante á la sociedad, cede á otro apetito mas vivo; la tropa se separa por parejas, que el deseo ha formado anteriormente: se juntan por elección, se ocultan, y en su marcha parece que les precede el amor, y les sigue el pudor, pues el retiro y el secreto son inseparables de sus placeres. Nunca se les ha visto tomarse, y temen sobre todo ser vistos de sus semejantes. Buscan los bosques mas espesos, y se internan en las soledades mas profundas para entregarse sin testigos, sin sobresalto y sin reserva á todos los impulsos de la Naturaleza, los cuales son tanto más vivos y durables, cuanto mas raros y mas largo tiempo esperados. La hembra está preñada dos años, durante los cuales el macho se abstiene de ella, y solo al cabo de tres años renace la estación de los amores. No paren mas que un hijo, el cual cuando nace tiene dientes, y es ya mas grueso que un Jabalí, sin embargo, aun no se le descubren los colmillos, los cuales empiezan á apuntar poco tiempo después, y á la edad de seis meses tienen ya algunas pulgadas de largo. El Elefante á los seis meses es ya mas grueso que un buey, y lo colmillos le continúan creciendo hasta la edad avanzada, con tal que el animal esté sano y en libertad; porque no se puede imaginar hasta qué punto la esclavitud y los alimentos preparados deterioran el temperamento, y mudan las propiedades naturales de este animal. Se consigue domarle, sujetarle, é instruirle, y como es mas robusto y mas inteligente que ningún otro animal, sirve con mas acierto, y mas poderosa y utilmente; pero es probable que en su interior conserva el disgusto de su situación, pues aunque á veces resiente los mas vivos ardores del amor, no produce, ni se junta en el estado de domesticidad: su pasión reprimida degenera en furor; y no pudiendo satisfacerla sin testigos se indigna, se irrita, se vuelve insensato y furioso, y se necesitan cadenas muy fuertes y trabas de todas especies para detener sus movimientos y reprimir su cólera: por consiguiente se diferencia de todos los animales domésticos que el Hombre trata ó maneja como seres que no tienen propia voluntad: no es del número de aquellos esclavos natos, que propagamos, mutilamos, ó multiplicamos por nuestra utilidad: aqui solo el individuo es esclavo: la especie permanece indépendiente, y rehusa constantemente amurillarse en beneficio del que la tiraniza. Esto sólo supone en el Elefante sentimientos superiores á la naturaleza común de las bestias: sentir los ardores mas vivos y rehusar al mismo tiempo satisfacerlos: enfurecerse de árdor y conservar el pudor, es quizá el último esfuerzo de las virtudes puramente humanas, y en este animal no son mas que actos ordinarios á que nunca ha faltado: la indignación de no poder juntarse sin testigos, mas fuerte que la pasión misma, suspende y destruye los efectos de esta, pero al mismo tiempo se da la cólera, y hace que en estos movimientos sea mas peligroso que ningún otro animal indómito.
Quisiéramos, si fuese posible, poner en dudá este hecho pero los naturalistas; los historiadores y los viajeros aseguran todos unánimemente que los Elefantes nunca han producido en el estado de domesticidad. Los reyes de la India mantienen gran número de ellos, y después de haber intentado inútilmente multiplicar-
Tenderse á sí mismo, ó en protejer á sus semejantes: tiene las costumbres sociales, y raras veces se le ve errante ó solitario: anda ordinariamente en tropas; el mas anciano sirve de guia, y el segundo en edad cierra la marcha y hace andar á los demás: los jóvenes y los débiles van en medio de los otros: las madres llevan á sus hijuelos abrazados con sus trompas; pero este orden solamente le guardan en las marchas peligrosas, cuando van á pacer en tierras cultivadas, pues en las selvas y soledades se pasean ó viajan con menos precauciones, aunque sin separarse absolutamente ni apartarse tanto que estén á distancia de no poderse socorrer ni darse avisos: sin embargo, hay algunos que se estravían ó que siguen la tropa á lo lejos, y estos son los únicos á quienes los cazadores se atreven á acometer, porque para atacar la manada entera seria necesario un pequeño ejército, y no se lograría vencerla sino con pérdida de mucha gente. Seria también peligroso hacerles la menor injuria, porque se encaminan derechamente al ofensor, y aunque es muy pesada la mole de su cuerpo, tienen el paso tan largo, que alcanzan fácilmente al hombre mas veloz en la carrera, le traspasan con sus colmillos ó le asen con la trompa, le arrojan como una piedra, y acaban de matarle á patadas; pero no se encarnizan asi contra los hombres, sino cuando son provocados, pues no hacen ningún daño á los que no los hostigan; sin embargo, como están dotados de buena memoria y delicados en materia de injurias, es conveniente evitar su encuentro, y los viajeros que frecuentan sus países encienden grandes hogueras por la noche, y tocan tambores para impedirles que se acerquen. Se asegura que cuando una vez han sido acometidos por los hombres ó han caido en alguna celada, nunca lo olvidan, y procuran vengarse en toda ocasión; y teniendo un escelente olfato y quizá mas perfecto que ningún otro animal, a causa de la grande extensión de su nariz, sienten el olor del Hombre á muy larga distancia, y pueden seguirle fácilmente por el rastro. Los antiguos escribieron que los Elefantes arrancan la yerba de los parajes por donde el cazador ha pasado, y se la dan unos á otros de mano en mano para que todos estén avisados del pasaje y de la marcha del enemigo. Estos animales gustan de las márgenes de los rios, de los valles hondos, de los lugares sombríos, y de los terrenos húmedos: no pueden pasar sin agua, y la enturbian antes de beberla: llenan de ella la trompa muchas veces, ya para llevarla á la boca, y ya solamente para refrescarse la nariz, y divertirse en arrojarla en chorro, ó en esparcirla alrededor: no pueden tolerar el frió, y les incomoda también el esceso del calor, pues por evitar el demasiado ardor del sol, se emboscan cuanto pueden en lo profundo de las selvas mas sombrías, y se meten también con bastante frecuencia en el agua: el volumen enorme de sus cuerpos, lejos de dañarles, les ayuda para nadar: se hunden menos en el agua que los otros animales, y por otra parte la longitud de su trompa que levantan ni alto, por la cual respiran, les quita todo temor de áhogarse
Sus alimentos ordinarios son raices, yerbas, hojas y ramas tiernas: también comen frutas y semillas; pero rehusan la carne y el pescado; cuando alguno de ellos encuentra un paraje de pasto abundante, llama á los otros y los convida á venir á pacer con él. Como necesitan gran cantidad de forraje , mudan frecuentemente de puesto; y cuando llegan á tierras sembradas liaren «ra» eslntg», |H»-i|iH' sii'iii 1<i tan enorme el peso de sus cuerpos, estropean y destruyen con sus pies diez veces mas plantas de las que emplean en su alimento, el cual ascenderá á 500 libras dé yerba al día; y como siempre van en crecido húmero, asolan un campo en una hora. Por esto los indios y los negros se valen de todos los medios posibles para evitar sus visitas, y apartarlos de sus campos, haciendo grandes ruidos y hogueras alrededor de sus tierras cultivadas;
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