Las huertas poseen un enorme valor económico, cultural y ecológico. Son lugares donde se producen alimentos, son espacios naturales y conservan innumerables testimonios de la cultura agrícola y rural. La urbanización de las huertas hace que se pierda un importante recurso natural y obliga a poner en riego nuevas tierras mediante costosos sistemas energéticos.
En pasadas fechas, el Gobierno de Aragón, la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) y la Confederación Regional de Empresarios de Aragón (CREA) anunciaron a bombo y platillo la puesta en marcha del denominado Plan Estratégico del Bajo Ebro (PEBEA). Dicho plan prevé poner en regadío, desde Quinto de Ebro hasta Mequinenza, unas 20.000 hectáreas mediante elevación por bombeo de agua del río Ebro. A finales de 1997, el Gobierno de Aragón, mediante convenio con las cajas de ahorro, habilitó la primera partida de 2.600 millones de pesetas destinados a préstamos para los que transformen sus tierras en el marco del PEBEA. De vez en cuando, la prensa trae noticias sobre el avance del plan.
El esfuerzo y unanimidad mostrados para este y otros proyectos semejantes (embalse de La Loteta, revestimiento del Canal Imperial) de incrementar la superficie irrigada contrasta con la progresiva desaparición y abandono de las tierras de regadío ya existentes en los municipios del valle del Ebro. Llama la atención que, por un lado, se desaprovechen recursos existentes y se deje perder el regadío tradicional, instalado en suelos maduros, fértiles y profundos de la llanura aluvial del Ebro, donde el agua llega por gravedad, sin necesidad de consumo energético y, mientras tanto, se potencie un regadío de alto consumo energético ya que todo el plan se basa en la elevación de agua mediante bombeo.
La pérdida y abandono de las tierras de regadío tradicional es un fenómeno con importantes consecuencias sociales y ecológicas, por lo que merece cierta atención antes de lanzarse a crear nuevos regadíos, ya que éstos exigen cada vez un mayor coste energético y no representan una solución viable ni sostenible. La gravedad de la pérdida del suelo de regadío asentado en vegas y zonas aluviales reside en que se trata un recurso limitado y cada metro que se pierde es ya prácticamente irrecuperable.
A lo largo de los siglos el ser humano ha instalado junto a los ríos para estar cerca del recurso agua y, como en el caso del Ebro, con excelentes y afamadas huertas. Mediante gran esfuerzo, a lo largo de siglos se taló el bosque de ribera para habilitar superficies de cultivo. Se trataba siempre de suelos aluviales, muy fértiles por las aportaciones seculares de limos y nutrientes.
El el paisaje agrícola en el regadío de la Ribera del Ebro (Zaragoza), donde se refleja la evolución del suelo regable entre 1976 y 1993
en más de treinta municipios zaragozanos del Valle del Ebro.
La regresión es general y algunos ejemplos son bien significativos. En el término municipal de Zaragoza, por ejemplo, se perdieron, en esos veinte años, más de cuatro mil hectáreas, lo que supone el 26% de la superficie de 1976. En el Burgo de Ebro la pérdida alcanza 800 hectáreas, un 53% del suelo regable. El caso más llamativo es Cuarte de Huerva, que pierde el 60% de su regadío en el mismo periodo.
Sólo hay incrementos en casos excepcionales, como el de Quinto de Ebro y, en menor medida, el de Fuentes de Ebro. Hay que recordar que en esa zona se realizó una importante expansión del regadío en los años 80, pero mediante elevación por bombeo.
La pérdida de las tierras de regadío se ha producido básicamente por la urbanización del suelo para instalar viviendas y nuevas residencias (se abandona el centro urbano), levantar polígonos industriales (las industrias son expulsadas de la ciudad), ubicar servicios (centros docentes, centros comerciales, depuradoras) o bien por el paso de infraestructuras de comunicaciones como ferrocarril, carreteras y autovías o autopistas. Este proceso de regresión del regadío todavía continúa y sigue siendo noticia cotidiana en la prensa. Así, recientemente, los propietarios de tierras en la huerta de Las Fuentes-Miraflores en el sureste de Zaragoza capital han salido a los medios de comunicación reclamando la recalificación de esos suelos con el fin de edificar en ellos ya que el avance del PGOU de Zaragoza contempla ese suelo como de protección de regadío.
En los municipios del corredor del Ebro, la suerte de la huerta es también regresiva. El suelo es más barato que en Zaragoza capital y eso lo hace atractivo para otros usos. Muchas localidades (Utebo, San Juan de Mozarrifar, El Burgo de Ebro, Pastriz, Cuarte, Cadrete) levantan bloques o urbanizaciones que se convierten en ciudades dormitorio de los zaragozanos que trabajan en la capital. Otros ayuntamientos (La Puebla de Alfindén, Cuarte, Cadrete) atraen industrias hacia sus modernos y recientes polígonos industriales.
Las huertas poseen un indudable interés productivo, especialmente las del valle del Ebro, en las inmediaciones de un gran centro de consumo como es Zaragoza capital. Además, estos espacios cumplen otras funciones ecológicas como puede ser el mantenimiento de la biodiversidad en los variados nichos ecológicos que se originan en su entorno (ribazos, cañaverales, acequias, balsas y escorrederos, arbolado, etc). Hay que recordar que otras misiones de estos espacios verdes son la absorción de la contaminación sonora, la producción de oxígeno y el mantenimiento de determinadas condiciones microclimáticas, con todos los beneficios que conlleva para la salud humana. También tienen enorme valor visual y paisajístico como elementos naturales situados en el interior y la periferia de las ciudades. Por todo ello, en el plano internacional se viene proponiendo la ampliación, junto a las ciudades, de los espacios libres, abiertos y la promoción de planes verdes.
La pérdida de suelos agrícolas de regadío es muy grave en Zaragoza capital y en los municipios de lo que se denomina su área metropolitana. La ciudad, en su expansión urbanizadora, origina a su alrededor, en una banda de varios kilómetros, una metamorfosis espacial que se caracteriza por una decadencia agrícola acelerada, la disminución de la inversión, el aumento de la descapitalización y el abandono de las explotaciones. La creación de expectativas especulativas inducen al agricultor a dejar estropear el suelo que, una vez improductivo es más fácil reconvertir en suelo edificable con un beneficio inmediato superior. Así, grandes extensiones de huerta de la periferia urbana entran en lo que se denomina barbecho social.
Ello conlleva la pérdida de fertilidad de los suelos, el aumento de la erosión, la compactación del suelo por el hollado y pisoteo del mismo, además de la contaminación de la tierra y el agua. Progresivamente, los alimentos tienen que traerse de lugares cada vez más alejados del centro de consumo. La ciudad se convierte en una isla de calor debido al asfalto y el hormigón que actúan como acumuladores. La ciudad pierde habitabilidad. La evolución es irreversible ya que el suelo urbanizado nunca volverá a ser rural y agrícolamente productivo. Desde el punto de vista humano el sistema creado es muy estable, pero desde el punto de vista de la economía ecológica el sistema es enormemente caro: carente de autoabastecimiento, la ciudad se convierte en un sistema importador de energía; carente de atractivo y habitabilidad, la ciudad se convierte en un hábitat del que se huye diariamente hacia barrios periféricos o, en periodos festivos, a espacios naturales lejanos.
Sin duda este proceso debe ser detenido en aras de la sostenibilidad. Ante las tendencias destructivas de suelo agrícola los expertos señalan que es necesario controlar la voluntad expansionista y arrolladora de la ciudad. Una baza fundamental sería la normativa mediante legislación protectora del suelo agrícola de regadío. Otra sería más pragmática, mediante la potenciación de las explotaciones agrícolas a través de la modernización de las mismas (reducir minifundismo) y favoreciendo una agricultura de calidad (productos ecológicos, productos con denominación de origen).
ALONSO LOGROÑO, Mª. P. y HERNANDEZ NAVARRO, Mª. L (1996). Modificación del paisaje agrícola en el regadío de la Ribera del Ebro (Zaragoza). En: Estudios Geográficos, LVII, nº 222. Enero-marzo, 1996.
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